martes, 18 de octubre de 2011

Una Fraternidad Misionera

 Francisco, profeta de la paz, soñador de una fraternidad universal, no encuentra a sus pasos ni muros ni fronteras, viene al mundo en 1182 en la pequeña ciudad Italiana de Asís. Un momento histórico  en el que las cruzadas definían claramente la posición oficial de la Iglesia y de la cristiandad frente a la civilización islámica.


Entre el comercio de su padre y las fiestas con los amigos, Francisco había llevado una infancia y juventud fácil y acomodada en la noble ciudad de Asís que pasaba en aquél momento por grandes transformaciones sociales y políticas.


En 1198, los nobles de Asís, refugiados en la fortaleza de la Roca, son asaltados por la nueva clase social de comerciantes burgueses. Francisco será testigo por primera vez de enfrentamientos y divisiones  violentas. La derrota del enfrentamiento entre nobles y burgueses de 1202 le hace experimentar enfermedad y cárcel. Pensar sobre su propia vida, sobre sus opciones de cara al futuro. En 1205, la fama de Gautiero de Briene y su vasallaje al papa contra el emperador Federico II para recuperar el reino de Sicilia hace correr nuevos rumores de guerra que reavivan los ideales caballerescos de los jóvenes de Asís, y entre ellos los de Francisco. La noche de acampada en Espoleto del ejército de Asís, hace que Francisco cambie de idea, ahora desea servir al Señor y no al siervo, armas y violencia no tendrán nunca más lugar en sus proyectos, Cristo lo había llevado del camino de las armas al camino del discipulado.


Francisco comienza ahora a ver las cosas de modo diferente, buscando la soledad a las afueras de la ciudad, se encontrará cara a cara consigo mismo, con Cristo crucificado y con los pobres que hasta el momento le habían pasado desapercibidos o incluso producido nauseas y escándalo como los leprosos. La fractura más seria se produjo cuando aquel joven que habías abandonado armas y fiestas deja comercio y dinero, se despoja de todo y se declara penitente ante el tribunal eclesiástico del obispo Guido de Asís. Con una opción de pobreza radical a imagen del mismo Cristo, comienza a verse rodeado de hermanos como predicador itinerante de la paz y el bien de Dios, reconstructor de la Iglesia que amenaza ruina, reconciliador de las relaciones rotas, amaestrador del lobo peligroso.


El aumento de la fraternidad amplia los horizontes de este primer grupo de hermanos, enviados al mundo entero a anunciar a los hombres la paz y el bien, y hacer conocer a todos que no hay omnipotente sino Dios. Francisco siente que su lugar está en el mundo entre los de cerca y los de lejos, entre fieles e infieles, entre amigos y enemigos. Enviados por el mundo en pequeños grupos los hermanos saldrán e 1217 y 1219 al encuentro de los hombres más allá de las propias Fronteras, Francisco atravesará la frontera que parecía más ardua, insalvable y peligrosa: la frontera del prejuicio y la enemistad, la frontera de la razón de cristiandad.


Fiel a la Iglesia que amaba como madre y maestra, Francisco escucha la llamada a la cruzada, a la defensa de los derechos de Dios contra el infiel enemigo. Fiel a su propia vocación responde de modo diverso al señalado convencido de que las cosas se pueden hacer de un modo bien diferente, con las armas del diálogo y el encuentro.
          
En 1219, Francisco se embarca en Ancona rumbo a la ciudad de Acre, un largo viaje por mar en el que Francisco deja atrás todo su bagaje cultural y social desnudándose nuevamente ante los cruzados, saliendo al encuentro del Sultán llevando sólo a Dios como equipaje, prudente como el lobo amansado en Gubio (Flor 21), sencillo como un cordero. 

Con el evangelio como cimiento y fundamento Francisco había enviado a los hermanos por el mundo. Evangelización y misión formarán parte irrenunciable de la vocación de Francisco y sus hermanos, vocación nutrida de una fuerte experiencia contemplativa y vivida en fraternidad que definen el núcleo de la evangelización franciscana[1].

Francisco ve a su Orden como una Fraternidad de peregrinos y forasteros (2R 6, 2), pacíficos y humildes (2R 3, 11), sin nada propio (2R 6, 1), que trabajan fiel y devotamente (2R, 5, 1), teniendo como forma de vida, el Evangelio, como claustro, el mundo. Los hermanos menores van a ser identificados desde los inicios como una fraternidad en camino, con la desapropiación más absoluta según la intuición original de Francisco que en su proceso de discernimiento se encuentra cara a cara con la palabra de Dios que siente que le envía a predicar el Evangelio sin nada propio (1 C 22).

Cuando Francisco recibe a Fray Bernardo para vivir la experiencia evangélica y lo lleva a la iglesia de San Nicolás  para pedir consejo a Dios[2] y, con el Evangelio entre las manos, encuentran tres textos llenos de fuerza para un proyecto evangélico en misión: una propuesta: “Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes y dáselo  a los pobres[3];  una liberación: “No llevéis nada para el camino”[4], una invitación: “Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo”[5].

            Con el envío de los hermanos, la pequeña fraternidad de menores se convierte en misionera[6], con el anuncio de la paz y de la penitencia como núcleo central de la misión franciscana y la experiencia evangélica de fraternidad desde donde los hermanos son enviados a la misión como algo que debe ser cuidado con especial atención. En los documentos fundacionales de la orden de los Hermanos Menores nunca se habla de fraternidad conventual pero sí de fraternidad en misión, fraternidad en camino (1R 11). Abundan las referencias al perdón, la cercanía al hermano enfermo (1R 5), de cómo comportarse con la gente que se encuentra por el camino (1R 8), del estilo de vida del hermano menor cuando va por el mundo (1R 10-12), del modo de hacer misión (1R 16).

            Como los apóstoles enviados por Jesús, para Francisco, todos los hermanos son enviados como misioneros,  predicadores itinerantes anunciadores de la palabra, “todos los hermanos deben predicar con las obras” (1R 17, 3), y todos pueden y deben predicar delante a todos los hombres, con la exhortación del capítulo 22 de la primera regla (1R, 22, 2, 9), siempre que le plazca al Señor.

Allá por el año 1221, Francisco escribe la primera regla, como forma de vida de los Hermanos Menores. Reflexiona sobre su experiencia y la de del primer grupo de hermanos, sobre sus experiencias de misión y de encuentro con los hombres, sobre su modo de estar en el mundo y de relacionarse con amigos y enemigos, con fieles e infieles. Al redactar el capítulo 16 de la 1R, sobre el modo en el que los hermano han de ir por el mundo cuando son enviados entre otros creyentes, Francisco pone por delante su  experiencia personal de encuentro con el sultán en Damieta, así como la experiencia y el resultado final de aquel grupo de cinco hermanos martirizados en Marruecos, pero sobre todo refleja su toma de posición frente a la teología del momento en relación a los sarracenos y al Islam. El título que da Francisco al capítulo 16 de la Regla “De aquellos que van entre sarracenos y otros infieles” es de entrada revelador, transmitiendo su experiencia personal y aun modo concreto de acercarse al otro, estando entre y nunca contra. Francisco y sus hermanos habrían reflexionado largamente sobre una experiencia que se traduce ahora en un proyecto de vida concreto, es el fruto de la reflexión sobre una praxis misionera específica.

  Acercarnos a este texto de la 1R de San Francisco supone aproximarnos al pensamiento original de Francisco, a su modo de concebir la misión, su modo de relacionarse y de concebir el mundo, y su punto de vista sobre los métodos de la sociedad de su tiempo y la realidad de la Iglesia del momento.

La 1R es un programa de vida para los hermanos que van por el mundo imitando la vida itinerante del Señor (1R 9,5): los hermanos deben vivir sin nada propio, en castidad y obediencia (1R 1), la oración (1R 3), el oficio de lavar los pies (1R 4), la corrección fraterna (1R 5), el modo de servir y trabajar (1R 7), la minoridad (1R 9), la fraternidad (1R 9, 11), el ministerio de la  evangelización (1R 14, 16, 17); y en el capítulo 16, Francisco presenta un proyecto de vida para el encuentro con los musulmanes y los otros infieles, como podrían ser en aquél momento los tártaros tan temidos en aquél tiempo en toda Europa y en medio a los cuales la Familia Franciscana realizó un gran acción  misionera y reconciliadora.

En consonancia con el pensamiento de San Francisco, y tal y como lo recogen hermosamente las Constituciones Generales de la Orden de Hermanos Menores en su capítulo quinto, tratando el tema de la Evangelización y misión “para esto os envió Dios al mundo[7], vemos cómo: el origen de la misión ad gentes está en el Espíritu Santo que habita en cada uno de los creyentes como bautizados por el agua y el espíritu; todos los hermanos, en comunión fraterna, participan de la tarea evangelizadora de la Iglesia, la evangelización es fruto de la experiencia de fe y sólo en ella se fundamenta. Nadie es llamado para la misión por sí mismo, el envío es de la fraternidad, representada por el ministro, la evangelización se lleva a cabo desde todas y cada una de las actividades que desempeñan los hermanos.


[1] SCHALÜCK, Herman, Llenar la tierra con el Evangelio de Cristo,  Roma, Pentecostés 1996.
[2] Cfr. LM 3, 3.
[3] Mc 10, 21.
[4] Lc 9, 3a.
[5] Mt 16, 24.
[6] 1 C 29.
[7] Cfr. CtaO 9.

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